El trámite en la embajada fue más rápido de lo que pensaba. Entré a las 6:30 AM y salí un poco antes de las nueve. La ciudad todavía estaba despertando. Me pesaba no traer la cámara, pero definitivamente no podía haberla llevado a la embajada. Así que me dediqué a admirar la ciudad mientras caminaba soñada por la Zona Rosa hacia el metro Insurgentes. Pasé por los puestos que nunca faltan y que te van guiando a la entrada del metro. Había de jugos y licuados, de tacos de canasta, de tortas de tamal, you name it. Entré a la estación. Compré mi boleto. Esperé en el andén, leyendo cuanto letrero viera. Me subí al vagón y la verdad, iba encantada de viajar otra vez en metro. Aunque parezca tonto, ésta era una de las cosas que quería hacer en este viaje.
Al llegar al metro Balderas subió tal cantidad de gente que era imposible moverse. Entonces recordé lo que era viajar en metro: los apretujones, el contorsionismo, el equilibrismo, el calor, el sudor y una infinidad de olores. Pero aun así el encanto del viaje no se rompió -claro que si eso lo viviera todos los días otra cosa estaría diciendo. En Zapata, tomé un pesero. Me bajé antes de llegar a Insurgentes y caminé varias cuadras hacia la casa de los amigos con quienes me estaba quedando, Ulises y Pilar.
Desayuné, hablé con Diego para ver cómo habían pasado la noche, revisé mi correo, y llamé a las personas que había quedado de ver ese día en México.
Primero estuve con Tomás y Marina. Ahí pasé buena parte del día contemplando a mi nuevo sobrino, que sólo tenía 6 días de nacido. No sé por qué pero me recordó mucho a Carmen. Comí con ellos y cerca de las 5, salí corriendo a ver a Yanna, una amiga mía. Ahora sí llevaba la cámara, pero no tenía tiempo de pararme a tomar fotos. Aunque sí pensé en tomar una foto de la plaza de Santa Catarina, pues la entrada de la iglesia estaba adornada con flores de varios colores. Desacelerá la marcha, pero a la mera hora, no lo hice porque ya iba tarde. De cualquier forma, disfruté la caminata por Coyoacán, e hice tomas mentales.
Me encontré con Yanna y fuimos al Sótano. Luego, tomamos una nieve -yo, para no variar, me comí una de chamoy. Platicamos un buen rato, y otra vez salí corriendo a tomar el pesero para ver a
Argel. Al bajarme del pesero, también pensé en tomar fotos, pero otra vez sólo fueron mentales: de la entrada de la UNAM, del camino entre paredes de roca volcánica con bugambilias fuccia que lleva al estacionamiento de la facultad de derecho, de los puestos a la entrada de la facultad de filosofía, de la nueva cafetería, de una nueva librería...
Mis pies, pues mi cabeza de repente dudaba si ese era el camino, me llevaron a la que antes fuera la oficina del
Maestro Colin White. Ahí vi a Argel, nos saludamos, me regaló un
libro suyo, nos fuimos a tomar unas cervezas, y yo me la pasé renegando de la situación en México. Sorry!
Ya pasadas las 11 de la noche, llegué a casa de mis anfitriones y ahí seguimos un buen rato platicando.
Al día siguiente en la mañana, regresé a casa.
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